miércoles, 10 de febrero de 2016

De la ceremonia de la Ceniza


Escrito por Meditación del día

Para el miércoles de Ceniza


El Evangelio contiene la doctrina de Cristo, en que nos manda huir de la hipocresía y la vana estimación de los hombres, y atesorar no en la tierra sino en el cielo riquezas espirituales y eternas.

Punto Primero.  Considera cuán vanos son y cuán engañosos los juicios de los hombres, y qué poco caso se debe hacer de su estimación, y no pierdas obras de tanto valor por sacarlas a vista de sus ojos, como son las de virtud y penitencia, con las cuales puedes ganar la vida eterna; advierte que por una parte te mira Dios y sus ángeles y toda aquella corte celestial, y por otra los hombres mortales: estos no ven más que lo exterior de las obras que se representan a sus ojos, y aquello lo exterior y lo interior de tu corazón. El juicio de los hombres es errado y variable, porque unos vituperan lo que otros alaban; pero el de Dios y sus ángeles acertado y verdadero, apreciando cada cosa con su propio valor. Si buscas la estimación de los hombres, buscas una vanísima vanidad; y un viento que pasa y se desvanece en un punto; y si pretendes en tus obras agradar a Dios, haciéndolas todas con aquel afecto y atención, como si le vieras delante de ti, alcanzarás la honra sólida y verdadera. Considera, pues a cuál de estos senados quieres agradar, y la diferencia que hay del uno al otro así en el número como en la calidad, y resuélvete firmísimamente a huir la vanagloria del mundo, escondiendo tus obras de los ojos de los hombres, y manifestándolas solamente a los de Dios.

PUNTO II. Considera la razón que da Cristo para huir de la hipocresía y vanagloria, porque los que la buscan en las obras buenas que hacen, pierden el mérito de ellas y el premio que habían de recibir de Dios. Pondera qué premio es este, su calidad, su valor y su duración, que compite con la eternidad, y el precio porque le dás, que es una estimación o alabanza vana de los hombres, que es un poco de aire y una como sombra sin ser ni sustancia, y no te quieras tan mal, que trueque joya tan preciosa por cosa tan vil y vana y de ningún valor.

PUNTO III. Considera a lo que te exhorta Cristo; conviene a saber, a que atesores en el cielo riquezas verdaderas e inmortales, y no en la tierra las caducas y perecederas. Coteja despacio el valor de las unas con el de las otras, y luego la verdad de las espirituales y la falsedad de las terrenas, y la duración de las unas y de las otras; y que cuando estas fueran eternas y sólidas como las otras, para ti no lo fueran, pues tan presto te las han de quitar; porque como dice el Eclesiástico 1: En el fin del hombre le han de desnudar de todo, y no ha de sacar de este mundo más de lo que trajo a él. Refresca la memoria de tantos ricos y poderosos como has conocido en este mundo, y ya están en el otro. Mira qué se hicieron sus tesoros, y cómo no llevaron de todos más que una pobre mortaja, y otros triunfan y campean con sus riquezas, y solo les acompañaran sus obras, y lo mismo será de ti sin réplica ni apelación, y saca en tu favor la consecuencia de todo, y dile a Dios:¡Oh Señor, y qué grande engaño es servir al mundo y buscar lo perecedero  y engañoso, y no vuestra gloria y servicio, que es lo verdadero y eterno. Tenedme de vuestra mano para que no caiga en tal yerro, y dadme vuestra gracia para que desprecie cuanto el mundo ama, y que mi tesoro y corazón esté siempre en el cielo.

PUNTO IV. Considera que el remedio para no caer en este engaño, es el desengaño de tu mortalidad. Acuérdate de que eres ceniza, y que te has de resolver en ceniza dentro de muy poco tiempo como te amonesta la Iglesia, y contempla lo que le aconseja san Bernardo: conviene a saber, lo que fuiste, lo que eres y lo que serás; porque en tu primera formación fuiste un poco de lodo al presente eres un muladar podrido y hediondo, cubierto, de nieve con la tez exterior de este tu cuerpo, y sin parar un punto caminas al ocaso de tu muerte, a donde serás manjar de gusanos de tierra asquerosísima, y últimamente polvo y ceniza; esto fuiste, esto eres y esto serás, como lo fueron y son todos los que pasaron antes de ti, y ya de ellos no se tiene memoria; ¿pues cómo podrás envanecerte a la luz de esta verdad? ¿Qué torres de viento no caerán en el suelo fundadas sobre esto, cimiento? ¿Y quién, conociendo esta verdad, buscará tesoros en la tierra? Cava en esta mina riquísima del propio conocimiento, y hallarás un tesoro inestimable de luz de desengaños, de humildad y desprecio del mundo y aprecio del cielo, sed y hambre de los bienes verdaderos.


Padre Alonso de Andrade, S.J

TOMADO DE: ADELANTE LA FE

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